Portada » La Educación empieza el primer día

De la misma manera que ocurre con los humanos, los perros aprenden desde que nacen; así que la educación de los cachorros se puede iniciar desde el momento en que llegan a su nuevo hogar. Como neonatos que son, sus cerebros son un libro en blanco en el que poco a poco tendremos que escribir las normas que regirán la convivencia en nuestra familia. Dado que el “respeto” es lo que consigue que todas las relaciones funcionen, este debe ser la base de nuestra vida en común y como tal, ha de ser bidireccional: los tutores considerarán a los compañeros y sus necesidades, tanto como ellos deben seguir las reglas que rigen en casa.

La importancia de la estructura y la rutina

La palabra “estructura” es fundamental en los inicios de una convivencia, y más aún cuando hablamos de cachorros. Implantar una “agenda diaria” perfectamente definida nos puede ayudar a allanar el camino facilitando el aprendizaje y las interacciones. El diario de un cachorro debe cubrir sus necesidades vitales y para ello debemos estructurar y respetar sus horarios de descanso, alimentación, paseo y juego; lograremos que el animal integre más rápido las rutinas que esperamos. Por ende, resulta contraproducente molestarle en sus horas de descanso, y también jugar cuando come o cuando es la hora de hacer sus necesidades. Para ayudarle con el control de esfínteres es recomendable buscar un lugar tranquilo, aislado de transeúntes y otros animales, que garantice su concentración. Acudir a este espacio a las mismas horas, al principio de manera más frecuente dada su condición de cachorro, facilitará el aprendizaje. Una rutina que se repite día tras día ayuda a la consecución rápida de hábitos. Los tutores debemos trabajar facilitando ese orden que se verá recompensado por la satisfacción del animal con su propio éxito, y también con nuestras caricias y halagos. No hay que olvidar que para recibir es importante dar…

Pocas normas claras y mucho compromiso

Plantear pocas normas, que estas sean muy claras, adaptadas a la edad y que cubran las necesidades vitales del cachorro es la clave. Por eso, un pilar fundamental en la estructura educativa es no enseñar nunca lo que no se debe hacer. Si somos nosotros mismos quienes le enseñamos a subirse al sofá o quienes reímos cuando ladra indebidamente, ¿cómo le podremos decir después que todo eso está prohibido? Es importante tener siempre presente que la educación perdurará en el tiempo; que ayudará a una convivencia feliz para ambas partes si marcamos las normas desde el inicio y que, de lo contrario, podrá frustrar la relación durante años. Por eso, a menudo debemos sacrificarnos sin dormir placenteramente con ese bebé peludo en nuestro regazo, o “ahorrarnos” el placer de verle disfrutar de una “delicatessen” evitándole así muchos años de desesperación (que se pueden convertir en lloriqueos o ladridos) cada vez que nos vea comer.

Conclusión

El proceso educativo de un cachorro requiere paciencia. Es una tarea de constancia, rutina y de repetición continua. Debemos fijarnos objetivos y plazos a cumplir, trabajando en ellos y evitando confiar en que el tiempo arreglará las cosas por sí mismo. No proponernos nuevas metas hasta haber consolidado plenamente las anteriores es esencial. Como ejemplo, es contraproducente alargar los periodos en los que les dejamos solos hasta que no veamos claramente que afronta con total tranquilidad el plazo anterior.

Por último, cabe resaltar que el cambio que sufre un cachorro al trasladarse a nuestro hogar es un proceso muy estresante. Comprender esta realidad no significa tratarlo con pena, sino asumir el compromiso de ayudarle desde el principio a entender qué se espera de él. El cariño, la paciencia y la comprensión son tan necesarios como el orden, la rutina y unas normas claras. Es la combinación de todos ellos —cada uno en su justa medida— lo que ofrecerá al individuo la tranquilidad y la seguridad para crecer feliz y de manera equilibrada.

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Autor

Antonio Ruiz de Conejo

Antonio Ruiz de Conejo

Tras casi cuarenta años de experiencia como adiestrador canino y técnico en modificación de conducta, pone el acento en la necesidad de generar un vínculo humano-animal basado en el respeto y confianza mutuos. Formador de formadores, sitúa la base de la educación en el aprendizaje del lenguaje de los perros, concibiendo a cada uno como un individuo único.

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